Piedra, papel y tinta

FOTO: Aurelio Ruiz Enebral (@AurelioREnebral)

FOTO: Aurelio Ruiz Enebral (@AurelioREnebral)

 

Era la primera vez que subía él solo esas escaleras. Había pasado las mañanas de muchos sábados en ese enorme edificio donde siempre hacía tanto frío y cuyo silencio reverencial le obligaba a pisar con cuidado sobre el suelo de mármol. Hasta entonces había ido con su padre, catedrático de Filología Hispánica experto en (y, según su mujer, obsesionado con) las novelas de caballería que se escribieron en la Península Ibérica durante los siglos XV y XVI. Su debilidad era Amadís de Gaula: entre eso, cierto aire despistado, y el origen manchego, su padre siempre le había recordado a Don Quijote.

Ese día, Alfonso subió las escaleras solo y con dieciséis años: de hecho, los cumplía ese día. Su padre le había regalado un sobre blanco del que, al abrirlo, cayó un carné de lector de la mayor biblioteca de España. Gracias a un amigo bibliotecario había podido hacérselo con antelación para poder darle así una sorpresa.

Con la tarjeta en el bolsillo del abrigo y bajo un cielo cubierto de nubes que amenazaban lluvia, Alfonso pasó a trote entre las figuras de piedra blanca de San Isidoro de Sevilla y el rey Alfonso X y entró por la puerta central, con Luis Vives y Lope de Vega de inmóviles centinelas. Ni siquiera miró la efigie sedente de Marcelino Menéndez Pelayo que presidía el vestíbulo. Su objetivo poco tenía que ver con los manuscritos en pergamino ni los libros cosidos a mano que desde que tenía memoria había visto manejar a su padre con el respeto de un sacerdote. Las suyas eran publicaciones más efímeras y menos valiosas, que hasta entonces no había podido más que mirar fugazmente mientras seguía a su padre de una sala a otra.

Recuperándose del ritmo (casi de marcha) que había llevado en su «paseo» desde casa, entró despacio en la sala. Los periódicos diarios y las revistas actuales y de toda la historia de la prensa española estaban allí. Todo a su disposición. Desenfundó su nuevo carné y se sumergió en el mar de tinta y papel.

Aurelio Ruiz Enebral (@AurelioREnebral)